Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
- En nuestra vocación cristiana, hemos sido llamados a ser guardianes de la Creación, custodios del mundo que Dios nos ha confiado. «El SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara» (Gn 2,15). Esta responsabilidad no es opcional; es un mandato divino que exige de nosotros un compromiso firme con la defensa de la vida y del entorno natural en el que habitamos.
- En los últimos tiempos, en nuestra amada tierra de El Salvador, han surgido voces que promueven la minería metálica como una alternativa económica viable. Sin embargo, la minería metálica conlleva graves riesgos para el equilibrio ecológico y la salud de nuestras comunidades. Siguiendo la enseñanza de la Iglesia y la evidencia científica, debemos discernir las verdaderas implicaciones de esta actividad en nuestra Casa Común. La indiferencia no es una opción.
El clamor de la Creación y el deber de la Iglesia
- La minería metálica a cielo abierto provoca una devastación irreversible en los ecosistemas, contaminando ríos, destruyendo suelos y afectando la biodiversidad. La Carta Encíclica Laudato Si’ nos recuerda que «el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos» (LS 95). No podemos permitir que intereses económicos de corto plazo hipotequen el futuro de las generaciones venideras.
- Numerosos estudios científicos han demostrado que la extracción de metales pesados, como el oro y la plata, mediante lixiviación con cianuro o mercurio, genera contaminación del agua con efectos letales de largo plazo para la salud humana. En un país como El Salvador, donde el recurso hídrico es limitado y vulnerable, permitir la minería es condenar a nuestros hermanos a la escasez y la enfermedad.
- La Palabra de Dios nos ilumina sobre la responsabilidad que tenemos de no ser causantes de injusticia y de no hacer del afán de riquezas una razón para la destrucción. «La codicia de dinero es la raíz de todos los males» (1 Tim 6,10), y cuando la economía se convierte en un fin en sí mismo, olvidamos que «la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lc 12,15).
El principio del bien común y el derecho a un ambiente sano
- La minería metálica en El Salvador atenta contra el bien común. No solo despoja a comunidades campesinas de sus tierras y medios de subsistencia, sino que además genera conflictos sociales, dividiendo a familias y pueblos. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «el bien común está constituido por el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección» (CIC 1906).
- En 2017, la Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó la Ley de Prohibición de la Minería Metálica, reconociendo los impactos negativos que esta industria ha tenido en países vecinos. Esta legislación fue considerada un ejemplo de políticas orientadas al bien común, evitando que el lucro de unos pocos cause sufrimiento a la mayoría. Sin embargo, el 2024 el mismo Órgano derogó esa Ley y promulgó otra que legaliza tal actividad.
Nuestro compromiso con la justicia y la sostenibilidad
- Como Iglesia, debemos ser voz profética que denuncie toda acción que atente contra la dignidad humana y la Creación. Es nuestro deber apoyar modelos de desarrollo sustentable, que respeten la vida y garanticen un futuro digno para todos. «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental» (LS 139). La minería metálica no es una solución económica, sino una amenaza para nuestra supervivencia.
- Como fieles cristianos debemos informarnos, orar y comprometernos con la defensa de nuestra Casa Común. Es momento de alzar la voz y exigir a nuestras autoridades que mantengan la prohibición de la minería metálica en El Salvador. «Que el derecho corra como las aguas y la justicia como un torrente inagotable» (Am 5,24).
- Encomendamos esta causa a la intercesión de Nuestra Señora de la Paz, patrona de El Salvador, para que nos guíe en el camino de la justicia y la verdad. Que el Espíritu Santo ilumine a nuestras autoridades y a nuestro pueblo en la defensa de la vida y de la Creación.
San Salvador, 10 de febrero de 2025.